Recuerde el alma dormida
–¡Puta mierda!- Grita mi acompañante
–¿Cuánto falta para el almuerzo? Tengo hambre –Dice mira las líneas dibujadas y tachadas con cinco que él mismo había hecho para contar los días que le quedaban en ese infierno.
–Si es que salimos…-Le respondo
Cuando estoy tranquilo, como en este momento, me gusta detenerme a recordar cómo era la sensación del sol golpeando mi cara mientras caminaba de día; el pasto largo y verde debajo de mi espalda y brazos; el agua fría en verano, recorriendo cada una de mis extremidades; el olor de los libros nuevos y el sonido al pasar las páginas; los fuertes abrazos, los besos melifluos y húmedos. Pero cuando abro los ojos, es entonces cuando me llega el sabor amargo a la boca, y la tristeza a los ojos, la realidad es muy diferente: estoy encerrado entre cuatro paredes grises, mugrientas, llenas de moho y de un olor a sudoración y encierro que penetra mi nariz todo el tiempo. Solo tengo una cama con un colchón que no se ha lavado en años – podría decir, desde su existencia –, un inodoro ya amarillo de nunca haberse aseado y un par de revistas pornográficas que me he cansado de ver, hasta podría decir todos sus diálogos de memoria. No sé qué día es, que año es, hace cuánto entré a este lugar o cuánto me falta para salir. Lo único que sé es que tengo un compañero de habitación que duerme en la cama de arriba y lo escucho masturbarse cada maldita noche que pasa; no sé bien cómo pero siempre está comunicando y vendiendo estupefacientes y vestido de blanco, lo único que le importa es el horario del almuerzo y la cena ¡Maldito sea!
Nos avisan que es la hora de comer, mi compañero se va rápidamente, yo no tengo hambre, luego de lo sucedido la noche anterior, no quiero ver a nadie, ni mucho menos tengo apetito. Lo cierto es que soy uno de los más jóvenes de este lugar, pocos he visto con mi corta edad (que ni siquiera recuerdo). Me siento en el colchón y ese simple hecho hace que me duelan mis partes de atrás, ni siquiera sé qué me hicieron anoche, estaba demasiado drogado, nada que no haya pasado antes. Acá en este lugar es así, quienes tienen la plata lo manejan todo. Pero algún día yo voy a salir del infierno negro (así le llamo), mientras que esas ratas inmundas van a morir en él. Creo que estoy decidido a hacerlo esta noche, esta noche escaparía de allí. Llevo meses preparando mi escape, nada puede salir mal: mi compañero de celda me cubriría, él no quiere irse del infierno, dice que tiene comida gratis, un lugar donde dormir y hasta ha hecho amigos, allí fuera él no tiene nada. Supongo que es fácil decirlo cuando hace más de 15 años que estás en el infierno y no te drogan y violan frecuentemente como a mí.
Miro las manchas oscuras en mi piel, es claro que estoy enfermo de algo y no sé de qué, hace días no puedo orinar, no hay atención médica, estoy seguro que me los han contagiado aquellos hijos de puta. Al hospital te llevan solo en casos extremos y si tu comportamiento es bueno, por eso arreglé con mi compañero que él va a “intentar matarme”, así llevarme al hospital y luego ser libre, escaparé aunque me falte una pierna esa misma noche.
–¿Estás seguro de esto? – me pregunta mi acompañante
–Como nunca ¿Y vos?
–Yo ya tengo ocho cadenas perpetuas, no tengo alas que perder.
Robé un cuchillo de la cocina la semana pasada, ese usaríamos, habíamos estado estudiando juntos qué parte de mi cuerpo cortar para hacer heridas profundas pero no mortales, debo declararlo: estoy nervioso.
Mi compañero toma el cuchillo, yo me acuesto en el piso, comienza a hacerme cortes en el estómago, dios, no pensé que dolería tanto. Mi piel quemaba, mis músculos se tensaban, comencé a gritar desaforadamente. Mi compañero seguía cortando mi piel, parecía que lo estaba disfrutando, incluso podía escuchar que se reía. De pronto empieza no solo a desgarrar mi piel con el filo, sino que sentía que comenzaba a apuñalarme, realmente quería matarme. Siempre quiso hacerlo. Comienzo a gritar más fuertemente, rogándole que pare, me dolía demasiado, sentía que estaba muriendo. Miro su rostro y sus ojos azules amarillentos, era tan perturbador, diabólico, este hombre no quería ayudarme, quería asesinarme. Por fin sentí que encontré el Satán de este infierno.
Ingresa la señora con pasos rápidos, si no estuviera en aquel lugar, probablemente correría, pero allí no podía. Va hasta la ventanilla de atención personal y habla con la señora que atendía, la señora le da un papel con unos números escritos y se dirige al consultorio determinado. El lugar eran demasiado grande y le costó bastante tiempo hallar la habitación. Cuando la encontró llamó a la puerta y el especialista la hizo pasar, para proceder diciéndole:
– Buenos días, Marina, lamento ser yo quien le comunique los detalles de la noticia, pero en Centro Especializado para la Demencia ha sucedido muchas veces que nuestros pacientes cometen suicidio, lamentablemente nosotros no estamos en su cabeza y no sabemos qué piensan. Solo un demente declarado podría autoapuñalarse-. La señora había comenzado a temblar de la tristeza por la noticia recientemente dicha, la señora comienza a sentarse mientras miraba los profundos ojos azules amarillentos del médico.
Créditos de la imagen a quien le corresponda.